Si la Iglesia salió a la calle, la calle tiene que entrar a la Iglesia. Si los dignatarios se ocupan de lo temporal, los fieles de lo divino, pues tanto vale el cielo como la tierra.
A Dios rogando y con el mazo dando, y si el hábito no hace al monje, que no haya distinción, y que sea igual con sotana o con chacabana.
El nuevo arzobispo provoca expectativas, y no es tanto por la prédica y militancia de Ozoria, sino porque ya aparecen núcleos que lo asumen como suyo.
Aunque se exagera la nota, y de manera interesada, puesto que no es lo mismo ser obispo de San Pedro que Arzobispo de Santo Domingo.
El fantasma del padre Hartley asoma como un mal recuerdo, y ya se teme que la pastoral del nuevo Primado de América repita esquemas viejos.
Que los descuidos como obispo ahora se conviertan en doctrina, y que las antiguas adhesiones pesen más que las actuales obligaciones. Cada cargo, sin embargo, tiene su talante.
Francisco juega, y su estilo lo hace diferente, pero en lo fundamental sigue siendo Papa y el Vaticano poder y compostura.
¿Comerá Francisco, el de aquí, tanto helado como Nicolás, el de antes? El tamaño de la copa será buen indicio.